La familia y el adicto

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Espero que mis palabras le orienten y, si usted o alguien que conoce toma el consejo, estaremos del otro lado...

Como señalé en algunas de mis publicaciones, he estado concentrado en escribir un libro sobre las adicciones. Es una novela que refleja lo grotesca que puede llegar a ser la vida de una persona atrapada en el consumo de sustancias químicas y las posibilidades para salir de ahí.

El libro lleva más del 80 por ciento de avance. Espero que a finales de año esté terminado y se publique después de los procedimientos pertinentes.

Por ello, investigo el tema a profundidad con profesionales de la salud –psicólogos y psiquiatras–, así como con adictos recuperados.

Me motivó la materia por el creciente índice de personas que caen en el infierno de la dependencia al alcohol, la marihuana y las drogas sintéticas como el cristal, la cocaína y la heroína.

Algún seguidor me preguntó en alguna de mis redes sociales si yo había estado en una situación así; respondí que no. Si lo hubiera estado, con gusto ayudaría con mi testimonio. Corrí con la suerte de tener poca tolerancia a los excesos. El último trago que tomé fue un licor de Sambuca; por el exceso de azúcar me descompensé y me inquieté por la deshidratación extrema. Eso sucedió hace 20 años. Desde ahí me dije: ¿por qué tomo algo que me produce tanto malestar? Nunca más lo volví a hacer. No tomo, no fumo, no uso drogas. El jarabe para la tos me produce alucinaciones, opto por el propóleo. Soy prácticamente un monje.

He perdido varias amistades en el mundo de las adicciones. El primer conocido murió cuando yo tenía 18 años; él tenía 17. Se suicidó con una botella de vodka que, después de bebérsela toda, rompió, y con las partes afiladas trituró las venas de sus brazos. No sabía que había estado internado y sufría de alcoholismo. Empezó a beber a los 14 años. Tal tragedia catapultó de igual forma al hermano a ese abismo.

Eventualmente, observé con asombro cómo amigos de la universidad, de familias prominentes y de familias normales, han destruido su futuro por atravesar la línea entre el consumo social y la adicción.

No hay que estigmatizar a las personas adictas. Todos los que consumen sustancias pueden caer en la dependencia. Es una ruleta rusa.

Para algunos expertos los adictos no son personas malas; están enfermos y necesitan ayuda de profesionales. Para otros, la adicción no es un problema mental, es la consecuencia de un tema no resuelto.

El consumo afecta al cerebro de una manera física, perjudicando la corteza prefrontal, región encargada de la conducta, toma de decisiones, regulación emocional, solución de problemas, motivación, disciplina, entre otras. Con esa zona afectada por la sustancia, no hay mucho que hacer. La buena noticia es que se regenera en abstinencia y si no ha pasado mucho tiempo en modo adicto activo.

Una de las tragedias que he conocido es la destrucción del seno familiar. Los padres, hermanos y parejas no saben qué hacer para ayudar a su ser querido. Algunos se autoengañan y no quieren enfrentar el problema, por lo que lo hacen a un lado. Justifican a su ser querido con frases como: ya se le pasará, es normal, está dolido, perdió su trabajo, es una enfermedad que se cura con la edad. Dejan que pase el tiempo y la adicción se apodera de la mente de su familiar.

¿Cuál es la recomendación más efectiva? 

Que la familia se trate con profesionales. Busque ayuda. Si después de hacer una intervención al familiar (enfrentar la situación desde la empatía, el respeto y la calma), este no se quiere tratar, darle su espacio y permitirle su derecho a destruirse, y salvar el entorno familiar.

Existen clínicas privadas y grupos de apoyo gratuitos como Al-Anon.

En diferentes testimonios, me he percatado de que entre más rápido se haga esta acción de ayuda profesional a las familias, el adicto tiene mayores posibilidades de salvarse. Ahí le indican a la familia cómo enfrentar la situación y los pasos a seguir. 

En la mayoría de los casos, el adicto es apoyado desde la comprensión y el amor por su familia, y sale adelante. En otros, el enfermo, al ver que su familia está siendo tratada, se motiva para hacer lo mismo.

Espero que mis palabras le orienten y, si usted o alguien que conoce toma el consejo, estaremos del otro lado.

Gracias y hasta la próxima

Miguel C. Manjarrez

Otras publicaciones del autor con relación al tema:

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