¿Quién eres cuando te comparas con el universo?
Beethoven
A grandes males, grandes remedios.
Dicho popular
La discriminación en México fue algo natural hasta que apareció en la escena pública Guillermo Rincón Gallardo, un hombre que le demostró a la clase política nacional que para pensar no se necesita haber pasado por el gimnasio, ni tener cuerpo de adonis o nalgas de chippendale. Su actitud congruente, combinada con la honestidad, inteligencia y ética que le distinguen, deberían servir de inspiración a aquellos servidores públicos que se sienten parte del Olimpo azteca. Es el caso del canciller mexicano, por ejemplo, o de cualesquiera de los “cerebros” cazados por los head hunters foxistas.
Estamos de acuerdo con Rafael Moreno Valle en que el talante discriminatorio en el país había sido pasado por alto, como si no existiera; le volteamos la cara y no quisimos verlo, hasta que un hombre con “capacidad diferenciada” puso en su lugar a los mexicanos acostumbrados a divertirse con mofas sobre las peculiaridades que en la sociedad marcaban los jorobados, los cojos, los tuertos, los ciegos, los sordos, los mudos, los tullidos, los paralíticos cerebrales y los parapléjicos.
Sobra mencionar que los chistes lastimaban a las personas con esas diferencias, sornas que empezaron como anécdotas —es decir, como chistes— y que, en algunos casos, concluyeron en tragedia. Le comento una historia tomada del libro De vida en vida, de Ricardo Garibay:
Cuando Edmundo Valadés y Arnáiz y Freg llegaron a la India, en una de las ciudades vieron a santones en ejercicio de sus misterios.
“Uno de ellos tenía alzado el brazo izquierdo desde hacía 50 años o más, y el brazo era un muñón largo, seco, negro, retorcido y duro como piedra. Y Arnáiz se expresó despectivamente de esa vana demostración de quién sabe qué.
Y otro de los santones removía un poco de arena en una escudilla de metal y, por pocas rupias, miraba a la persona, miraba la arena y decía el futuro. Y Arnáiz se burló del santón; divertidísimo lo mostraba a la comitiva (de López Mateos) y no paraba de reír. El intérprete dijo:
—Eso no, señor.
Y Arnáiz más y más se reía. Entonces el santón le miró profundamente y dijo algo en su lengua, y sonaba dramática o lúgubre la frase. El intérprete se animó a traducir:
—Que tendrás una atroz agonía, y una muestra atroz.
Y dos años agonizó Arnáiz, quieto y babeante, atornillado a una silla. En la boca siempre abierta le metían la comida inútilmente. Se petrificaba. Murió sin sombra de conciencia.”
En efecto, el de Garibay es un relato tan lúgubre y dramático como el hecho de que en estos tiempos de liberalismo económico y globalización existan hombres que, aunque guapos y casi perfectos de cuerpo, actúan como si no tuvieran conciencia o su intención fuese imitar el talento de Arturo Arnáiz y Freg para burlarse de los demás, suponiendo quizás que quienes carecen de atributos físicos no tienen inteligencia ni derecho a formar parte de la sociedad política, del gobierno, de la clase científica, de la literatura o del arte. Allá ellos y su mala cabeza.
Guillermo Rincón Gallardo es, no me cabe duda, un hombre singular, un caballero cuyas “desigualdades” físicas le han permitido ganar batallas en la lucha por la igualdad social. Sus “diferencias” propician lo que podríamos llamar una paradoja: la cohesión de la sociedad mexicana, desarticulada precisamente por la discriminación.
Y los que antes se sentían marginados por sus limitaciones físicas, hoy están ciertos de que el compañero Rincón Gallardo logrará que se apruebe la ley para prevenir y eliminar la discriminación, no solo de las personas con capacidad diferenciada, sino de quienes, por pertenecer a etnias o vivir en pobreza extrema, son víctimas de esta terrible actitud cuya paternidad debió haber sido reclamada por el tal Arturo Arnáiz y Freg.
Yo no sé, ni me importa saberlo, si discriminar atrae el mal, el castigo divino o la venganza de la naturaleza.
Quién sabe. Lo que sí sé es que, como dijo Platón, “al buscar el bien de los semejantes encontramos el nuestro”. Y por lo que ocurrió ayer en el foro estatal sobre cómo eliminar la discriminación en el estado, estoy seguro de que Puebla será pionero en “legislar para prevenir y erradicar conductas de tipo discriminatorio en cualquiera de sus manifestaciones”. Esa es la intención de Melquiades Morales Flores, el gobernador que trabaja para que de veras exista “un mejor desarrollo social en donde, en nombre del todo, no se excluya a alguna de las partes” y se contribuya a “obtener una mayor convivencia que aproveche las potencialidades y la riqueza de las expresiones sociales.”
Para compensar la referencia del escritor Arnáiz y Freg, concluyo esta entrega recordando al jazzista Michel Petrucciani, el pianista que, a pesar de la osteogénesis imperfecta —enfermedad mejor conocida como “huesos de cristal”— conquistó el mundo de la música e incluso el de la política francesa: en uno, el de las partituras, recibió el reconocimiento de sus congéneres, que lo vieron como un gigante musical no obstante su corta estatura (menos de un metro) y su leve peso; y en el otro, el de las buenas intenciones, el presidente Jacques Chirac, su compatriota, lo designó “el orgullo de Francia” debido a sus facultades artísticas y humanas. Oírlo tocar jazz en el piano es penetrar en los sentimientos más profundos de la raza objeto de las peores humillaciones.